sábado, 2 de abril de 2011

El Perro

Se levanto temprano porque le pedían a gritos que abra la puerta. Alguien golpeaba y gritaba en su puerta esa mañana. No entendía, estaba aturdida de sueño todavía, con la resaca de la noche anterior. Tanteo con su mano derecha el celular, que se había convertido hacia unos años ya en su reloj despertador, eran las siete y media de la mañana. Generalmente a esa hora ella era nadie. No existía. Habían pasado meses desde el día que se quedo sin trabajo. Mirando el celular, y escuchando los golpes y los gritos, recordaba la caminata de regreso a su casa en la mañana que la despidieron diciéndole que había finalizado su contrato con la empresa. Se lo venia venir, hacia unas semanas varias de sus compañeras de trabajo le decían que estaban cerca de los tres meses de contrato y que en cualquier momento quedaban afuera.,sin posibilidades de seguir trabajando ya que la empresa tenia planes de reducir personal porque las cosas no andaban del todo bien. Los gritos y los golpes seguían. Era una mujer la del otro lado de la puerta. Se la notaba desesperada, no paraba de dar fortísimos golpes en la chapa de la puerta, como si quisiera derribarla. Ella no alcanzaba a distinguir si era una voz conocida, ni siquiera podía distinguir lo que gritaba. Trato de levantarse, busco con los ojos casi cerrados algo de ropa. No veía nada. Los golpes se hacían cada vez más violentos. Se sumaron varias voces. Hombres y mujeres que gritaban con desesperación. Logro entender que lo que decían era su nombre. Martina. Pero nada mas, las demás palabras se morían en el intento de ser descifradas por su cerebro, que en ese momento solo atinaba a poner en funcionamiento débilmente sus piernas. Intentaba abrir más los ojos, en esa intentona alcanzo a distinguir un resplandor que lo atribuyo rápidamente a la ventana que tenia al lado casi de su cama y por la que se metía a diario el sol y el ruido de los pibes que jugaban en la calle, como era costumbre en su barrio. Se recostó de nuevo, viendo que no había reacción en su cuerpo para hacer nada. Empezó a divagar, a recordar el barrio de cuando era una nena. Todo había cambiado ahora. Desde la arquitectura hasta la misma gente del barrio. La gente era distinta. Cuando era una niña había jugado mucho en una especie de bosque de eucaliptos que había a unas cuadras de su casa. Era todo un misterio entrar ahí y descubrir las cosas que pasaban. Se acordaba de haber escuchado las historias más escabrosas y más inverosímiles que supuestamente habían pasado allí. Desde hombres lobos, hasta suicidas frustrados que se colgaban de los añosos árboles, haciendo una muy mala elección para terminar con su vida. Porque es sabido que las ramas de los eucaliptos son de las que más fácil se quiebran cuando el árbol ya tiene varios años, y era así que en su intento lo único que lograban era partirse en dos una pierna o la cadera. Recordó que una vez caminando por los senderos que la misma gente de tanto pasar una y otra vez habían dibujado entre los árboles, encontró, no ya un suicida tratando de acabar con su sufrimiento, sino un perro de gran tamaño, un doberman, atado por el cuello con un grueso alambre y oscilando de un lado al otro colgado de una gruesa rama. Se quedo paralizada de miedo ante la escena. El perro aun estaba vivo y agonizaba lentamente. Se pregunto quien le había hecho eso, y automáticamente le vino a la cabeza la imagen de Vilma, su vecina, que odiaba a los perros y mas de una vez la había escuchado decir que habría que matarlos a todos o llamar de una buena vez a la perrera para que viniera con sus lazos a llevárselos del barrio. Se quedo mirando el perro colgado, aterrada. Sabía que no podía hacer nada. No tenia el valor siquiera de acercarse un poco mas al animal. Hasta tenía miedo de que al tratar de liberarlo o con solo acercarse, el perro se soltara de golpe y la atacara. Comenzó a correr, alejándose velozmente de ahí, mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

Los golpes en la puerta se trasladaron también a la ventana. Estallo el vidrio y la saco de sus recuerdos. La casa se quemaba. Como su niñez.

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